Los celos patológicos de Ana Julia hacia Gabriel

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Es uno de los móviles, junto al económico con el que trabajan los investigadores: el emocional. Después de barajar la posibilidad, en la misma tarde en que la mujer dominicana fue detenida y el cadáver hallado en su coche, de que Ana Julia quisiera en realidad cobrar un rescate a cambio del niño, los primeros interrogatorios han llevado a los investigadores a centrarse en la otra hipótesis principalmente: la mujer sentía unos celos enfermizos del niño, que tenía una mala relación con ella conocida desde hace meses por todo su entorno, y cuya existencia mantenía en cierta forma unidos a los padres del pequeño, situación que ella toleraría con dificultad.
La extrema frialdad de la mujer en los interrogatorios y los antecedentes que empiezan a aflorar sobre su pasado, jalonado de varios decesos no del todo claros (singularmente el de su propia hija de cuatro años en 1996), han situado a los agentes de la Guardia Civil, según las fuentes consultadas, frente a lo que creen no muy alejado de una personalidad psicopática, con los ingredientes habituales de falta de empatía, egoísmo extremo e insensibilidad ante el dolor ajeno.
Dado que los rasgos habituales de estas personas se manifiestan en la adolescencia, y que Quezada llegó a España con 20 años, no se descartaría incluso que hubiera dejado su marca también en su país de origen, República Dominicana, aunque de momento se intentan aclarar los hechos vinculados a su paso por Burgos, adonde llegó en 1995 y de donde se fue en 2014 para establecerse en Almería.
La sobreactuación de la detenida
Un cuadro rayano en la psicopatía que no viene sino a subrayar la forzada sobreactuación de Ana Julia Quezada durante la búsqueda del pequeño Gabriel, pasando de una glacial incomodidad frente a lo que ella sentía como acoso por parte de los periodistas a un teatral cariño hacia su pareja, Ángel David, a quien los agentes insisten en situar completamente ajeno a los dramáticos acontecimientos.
De confirmarse dicha hipótesis, los agentes comienzan a atisbar la posibilidad de que Quezada encubra en realidad el perfil de una homicida ocasional pero múltiple, que habría dado un primer paso para matar quizás simple, como sería empujar a una niña por una ventana, para, ya empoderada, pasar a una fórmula mucho más sofisticada: raptar a un niño de ocho años, estrangularlo, esconder el cadáver, cambiarlo varias veces de sitio con riesgo evidente de ser descubierta, e incluso disimular contumazmente tras horas de interrogatorios, todo lo cual exige apreciable fortaleza mental y nulos inhibidores frente al dolor ajeno.
Al fondo, siempre, el verdadero reto y a la vez talón de Aquiles de este biotipo homicida: el poder, la capacidad de elegir entre la vida y la muerte de quienes les rodean.
El problema principal, y que deja todo lo anterior en hipótesis, es que la mujer no acaba de confesar el crimen, lo que no termina de cerrar el círculo ni despejar las incógnitas. Y el tiempo apremia. La Guardia Civil esperaba pasar a disposición judicial a Quezada este martes, a las 48 horas de su impactante detención con el cadáver de Gabriel a cuestas, pero vista su cerrazón a asumir los hechos no se descarta agotar las 72 horas de detención preventiva que permite la ley.
Igual que esperaron muchos días a que la principal sospechosa cometiera un error y les abriera la puerta, los agentes podrían necesitar exprimir hasta el final el reloj para conseguir colocar mentalmente a la detenida, al fin, ante la autoría de la muerte del pequeño Gabriel.
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